(Dirigido a los queridos colegas profesionales de la salud, especialmente los que se encargan de la salud de chiquitines)
Dr. Luis Arocha Mariño.
Cuando muere un niño el sentimiento que
acompaña a cualquiera que lo sufre, acompaña o atiende a él y su familia
suele ser de los peores sufrimientos que ser alguno experimenta. Y esto
por una razón muy sencilla: Nuestras expectativas son que a ese ser le
esperaba larga vida. Nos remueve todas las experiencias de sufrimiento,
desencanto y frustración por todo aquello que escapa de nuestro control.
Por ello mismo, las respuestas suelen ser desconcertantes y difíciles
de dominar y dirigir hacia el sostén de una vida normal, amena y
dirigida hacia la esperanza, cuando no se cuenta con una metodología
apropiada para abordarlo.
No es infrecuente, por lo tanto, que el
profesional actúe tratando de deshacerse lo más rápidamente posible del
asunto, particularmente cuando no hay involucramiento afectivo con los
familiares de la criatura. Vemos con relativa periodicidad que el
pediatra y personal paramédico separan los aspectos profesionales
implicados de los aspectos afectivos, los cuales suelen abordar con un
rápido “lo siento” e inmediatamente comiencen a hablar de las causas y
desenlaces físicos del asunto, cuando no optan por huir rápidamente del
lugar. Tratando de soslayar las implicaciones afectivas del hecho de la
muerte, descuidan la importancia de un abordaje temprano del dolor moral
y afectivo que puede perjudicar notablemente la salud de los padres y
allegados del niño, al predisponerlos a sufrir un duelo no resuelto o
duelo patológico.
El duelo no resuelto suele ocurrir con
más frecuencia en quienes pierden temprano a un familiar que entre otros
tipos de duelo, ya que aquel es mantenido por mitos populares tales
como “el dolor de un hijo supera cualquier otro dolor”, “el hijo pequeño
nunca se olvida”, “si lo olvidas significa que él va a sufrir y que,
por lo tanto, los padres son degenerados”, etc.
Muchos autores se han dedicado al estudio
específico de los duelos y llegan a la conclusión de que la resolución
del problema pasa no por el olvido del niño en sí, sino en la supresión
del dolor afectivo y su sustitución o transformación en un recuerdo
agradable de lo vivido, dentro de un marco de creencias espirituales y
afectivas que les sirve de guía a los padres para evaluar lo ocurrido y
disponerse a continuar la vida con planes y ejecuciones ya
independientes de la personita que murió.
Nosotros, tomando en cuenta los cuatro
grandes modos para la persistencia de las experiencias subjetivas: 1.-
Intensidad de percepción del estímulo, 2.- velocidad de procesamiento,
3.- Repetición mental del evento y 4.- conexiones a otras experiencias,
así como los hallazgos de múltiples autores sobre el tema de los duelos,
elaboramos un protocolo para el abordaje familiar de pacientes
fallecidos en temprana edad:
- En caso de sospecha firme de fallecimiento del niño, hablar con los padres al respecto, antes de que ocurra. Para ello, aconsejamos tener una estrategia aprendida sobre abordaje de la muerte temprana. Si se trata de un bebé recién nacido o de menores pequeños, la técnica conocida como “mamá canguro” luce indispensable.
- Cuando se produzca el fallecimiento, el médico debe acompañar a los padres en la expresión del dolor. Solemos temerle a este momento, pero la experiencia demuestra que brinda mayor catarsis hasta para el mismo profesional y lo humaniza a los ojos de los padres y allegados del bebé. La tranquilidad y seguridad que brinda al rato, les proveerá de mayor comprensión y sentido del acto médico. La mejor manera es permitir el llanto y apoyar con abrazos, brevísimos comentarios y haciéndolos participar de los preparativos postmortem que ellos toleren. Mantenerse solidariamente tranquilos será una guía interpersonal subliminal de cómo reaccionar los padres en el futuro.
- Tener presente que todo fallecido, especialmente los pequeños, tienen dolientes. Averiguar al respecto, ya que abuelos, hermanos, primos, tíos… forman parte del cortejo del duelo. Preguntar acerca del estado afectivo de cada uno de ellos, ayuda a reubicar a los padres en el contexto que ha de continuar con la vida. Si se detecta en alguno, incluyendo a los propios padres, algún bloqueo emocional importante que limite su cotidianidad debe referirse a un especialista, psiquiatra o psicólogo con experiencia en el manejo del duelo.
- Hable del duelo como un proceso normal que conviene acompañar con conversaciones en grupos dedicados a ello, especialmente los constituidos que cuenten con profesionales especializados en su conducción. Tenga a mano una lista de profesionales de la psiquiatría o psicología que ud. sepa que trabajan con duelos e infórmese de fundaciones con tal propósito. Refiera con el mismo criterio con que refiere cualquier otra situación médica que escape de sus manos. Tenga presente que otro mito, en vías de superación, es que los psiquiatras y psicólogos están sólo para personas con severos trastornos. El espectro de la prevención y la promoción de salud, hoy es ampliamente abordado por estos especialistas, así como la continuidad mente-cerebro-cuerpo, tal como lo demuestra la Psiconeuroinmunoendocrinología (PNIE).
Recuerde, lo que usted haga o deje de
hacer en esos difíciles momentos, puede marcar la enorme diferencia
entre unos padres y allegados que pudieron superar una muerte prematura,
continuando adelante y otros que dejen su vida congelada por un hecho
de su absoluta inocencia y responsabilidad.
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